YA ESTOY DE VUELTA, PREPARAOS

Ya estoy de vuelta. No hay nada como unos días de vacaciones para romper la rutina. Parece mentira cuanto puede cambiar el significado de la palabra “vacaciones” según la etapa de la vida por la que atraviesas o tu situación laboral, por ejemplo.


Hay muchas personas a las que les gusta viajar y ver cosas durante sus días de vacaciones. A mi no. Yo soy de los que todo lo basan en el relax. Si quiero visitar cosas, lo hago, pero solo si me apetece en ése preciso momento y tengo todas las demás necesidades cubiertas. No me gustan las aglomeraciones, las colas, los agobios y menos aún las obligaciones. Me gusta comer bien y tranquilo. Me gusta descansar cuando el cuerpo me lo pide. En fin, que me gusta hacer en cada momento lo que me venga en gana. Para mí eso son las vacaciones. Y llevo ya ocho años sin ellas.

Desde que tengo hijos la cosa ha cambiado. Durante estos días lo pasamos genial, pero se acabó el relax y el libre albedrío. Creo que la diferencia de las vacaciones sin hijos y con hijos es que si no los tienes, no quieres que se acaben nunca las vacaciones, y si los tienes, quieres que se acaben lo antes posible. Con lo bien que están en el colegio aprendiendo a ser personas adultas y a descubrir los misterios de la vida, no entiendo cómo nos los pueden empaquetar para casa casi tres meses, donde solo pueden aprender a provocar un infarto o una hernia discal más a papá.

Otra cosa que he confirmado definitivamente en estas vacaciones es que el mundo está hecho para enanos. Al menos en lo que a los transportes se refiere. No es que yo sea muy grande. Mido 1,88cm (alto pero dentro de lo normal) y peso 94 Kg. (un ligero sobrepeso que me hace aún más sexi). Pero parece que estemos encallados en el españolito medio de los años sesenta que nunca pasaba del 1,65cm. El mundo es tan increíble que lo hemos adaptado para cualquier tipo de minusvalía ( y así debe ser ), pero para los que nos salimos del 1,65 no hay ningún detalle. Estoy harto de sentarme en butacas donde no me cabe el culo (y lo tengo pequeño y duro), donde los reposacabezas me quedan a la altura del cogote y donde si quiero poner las piernas las tengo que facturar. Por dios, que soy normal, no soy el Yeti.
Y con esto también podría referirme a los casinos. Al menos a los casinos en los que he estado. Que hacen las mesas de diez jugadores y parecen hechas para la cena de Blancanieves y los seis enanitos, y digo seis porque los siete no caben. Es lo que pasa cuando Blancanieves mide más de 1,65.

En los torneos en vivo que he jugado, cuando se elimina a alguien y la mesa queda un poco corta, parece que te quites un pantalón demasiado ajustado, y las caras de los jugadores cogiendo aire te hacen creer que llevaban largo tiempo sin poder ensanchar los pulmones.

He pasado dos semanas desconectado. Y eso es grave. Es como ser autónomo o trabajar de asalariado. Los autónomos sabemos que nos vamos de vacaciones, pero que mientras lo estemos, no vamos a producir dinero y cuando volvamos el trabajo se habrá acumulado. O sea, que irnos de vacaciones nos puede crear más estrés aún. Para un asalariado no existe este inconveniente. Te vas de vacaciones con la tranquilidad que cuando vuelvas vas a seguir a tu aire, y no solo sigues cobrando igual, sino que encima te pagan doble, no sea que te estreses y cojas una baja por depresión.

Pues los jugadores de poker somos autónomos. No queráis saber la de dinero que he perdido estas dos semanas sin jugar (porque estoy convencido que hubiera ganado casi todos los torneos), además del perjuicio que ha causado esta ausencia a las ligas que disputo (es el problema de las ligas, que se tiene que estar ahí).

Pero todo acaba y he vuelto. Mañana empiezo con el poker otra vez, y tengo ganas. Veremos cómo me ha sentado esta ausencia temporal, pero si es por ganas, mejor que no os crucéis en una mano conmigo, porque puede ser la última del torneo. Para vosotros, espero.

Se acabaron las vacaciones. Por fin.